Hoy sí ceno en casa

Ha pasado más de una década desde que osé compartir batallas de trinchera en este cuaderno de bitácora. Los miembros del clan han desaparecido, salvo por la presencia local de Apagario y un servidor, que ayer reflexionaban, al calor de buena compañía y calamares, acerca de viente años de venturas y desventuras alrededor del planeta.

Sí, ayer cenamos en casa, y en un ejercicio de honestidad brutal, se hizo balance de lo ganado y lo perdido. La conclusión a la que llegamos es que echábamos de menos a nuestra gente. Nuestra gente, que podríamos traducir por «los que fueron nuestra gente».

Un día vuelves a cenar a casa, y puedes encontrarte con la casa vacía. ¿Y dónde quedan las aventuras? ¿Con quién se comparten, sino con los que quedan, que son pocos?

Ayer pusimos las orejas, y revivimos grandes momentos. Momentos que nos han marcado, hecho reír, llorar, aprender… son historias que han moldeado nuestras almas, y yo personalmente me alegré de haberlo vivido todo, y tener personas con quien compartirlo. Algunas de esas personas estuvieron allí conmigo, y otros son nuevos compañeros que conocen a la persona en la que me he convertido gracias a esas historias.

Conclusiones: mantenerse en el camino. Cualquiera que fuera la motivación que nos hiciera salir de casa en su día, es muy posible que haya cambiado, pero nuestras curiosidades siguen vivas, nuestro hambre de conocimiento y expansión sigue vivo, pero ya tenemos otras canas, y ahora no solo buscamos aventura. Buscamos algo más, algo intangible e importante. La sorpresa es que, en ocasiones, lo encontramos exactamente donde estamos, y con quien estamos, aquí y ahora.

Este verano no he cenado en casa, y puedo compartir una historia que resuena en mi mente cada noche.

Me encuentro tumbado boca arriba en el bosque. El firmamento despliega su espectáculo de luces imposiblemente distantes y eternas. De repente pienso que estoy en una bola gigante, dando vueltas gigantes, alrededor de un sol gigante, alrededor de una galaxia gigante, en medio de un universo gigante. Pienso que estoy en mi propia nave espacial y, cuando miro por la ventanilla, contemplo la eternidad, y la eternidad me mira a mí de vuelta.

En esta nave espacial hay otros nómadas. Algunos están mirando al suelo, otros al horizonte, otros al cielo. La bola sigue girando, como si nada, como lo ha hecho durante millones de años. Pensar en todo eso, sentirlo en cada célula, despierta en mí un sentimiento trascendente, y pienso en mis antepasados, que no sabían lo que era el Sol, lo que era la Luna, o las Estrellas. Quizá, pese a no conocer la composición física de estos elementos, estuvieran mucho más en contacto con El Misterio de su existencia y su rol en nuestras vidas. Supongo que eso llenaría su vida de sentido, de conexión tangible con ese misterio.

Esos pensamientos pasan por mi cabeza, y mi corazón se expande, porque una vez que tiro de ese hilo, si lo hago en serio, no puedo acabar en ningún otro lugar que no sea trascendente, eterno, bello y misterioso. No me extraña que miremos hacia arriba cuando buscamos a Dios. ¿Quién me ha puesto en esta nave espacial? ¿Y quién dice que esta no es mi casa, esté donde esté dentro de la nave?