¿Me pone un codillo con chucrút?

Ola amig@s,

estoi de acuerdo con la premisa del espat 007 sovre la pregunta «¿ijo, comes vien?» de 1 madre. La pregunta esta mal fornulada. Una pregunta asy puede conyebar a error en funcion del contesto en el ke se leía. Pero me gustaria dedicar este post culonario tambien a los correktores profesionales k dicieron la semana pasada que mi nibel de espanyol (mi lengua materna y paterna) escriviendo y corrijiendo es del 52%. Muxas gacias por decirme a mi la idea para esta entrada.

Perdonar por la pequeña broma, pero esa crítica mordaz a mi forma de escribir y corregir textos escritos en mi lengua materna me llegó al alma.

Hablar de comida (o mejor dicho, alimentos) en Europa no tiene ningún misterio. Si África comienza al sur de Los Pirineos, las buenas comidas (o los buenos alimentos) escasean al cruzar de vuelta dichas montañas, con la excepción claro está, de Francia.

Para un Valhermosino como yo, que ha probado la culebra a la sartén en el Señorío de Molina, las viandas europeas no son nada que no se puedan degustar con la suficiente cantidad de alcohol y almax.

El aceite de oliva en Alemania es caro (e italiano). Como decía Expat 007 muchos lugareños se escandalizan cuando nos ven freír en aceite de oliva las patatas para nuestra tortilla, pero no tienen reparos en añadir medio quilo de mantequilla sólida a la sartén para cualquier plato, ya sea carne, sopa o una triste ensalada (doy fe).

Por supuesto hay pequeños problemas de aprovisionamiento y logística. El Cola Cao no es un invento que tomaran los negritos del África tropical, sino mas bien algo consumido en España y poco mas. El jamón (otro sucedáneo italiano) se vende a precio de Porsche y conseguir un plato de «pescaíto frito» puede ser una odisea. Por suerte podemos tomar turrón y polvorones cuando volvemos a casa, eso si, por Navidad.

Sabiendo todo esto, los expats en Frankfurt (y Alemania) tiramos de nuestros bares favoritos. Siempre hay una casa regional, o un centro cultural en el que se puede decir eso de «se come como en casa». Nunca, REPITO nunca os dejéis engañar por ciertos bares de diseño, da igual el país, que se anuncien a bombo y platillo como bares de tapas con nombres tan sugerentes como «España cañí», «La Tapa», «Tapas Bar», etc. Es un engañabobos a precio de 25 euros el plato en el que la única idea que tienen sobre las tapas es una imitación «a la huevina» de nuestro plato estrella, y encima sin cebolla (ingrediente fundamental de una tortilla aunque curiosamente desterrado en el extranjero).

La segunda opción son las tiendas de alimentación que algunos compatriotas han establecido en sus lugares adoptivos. Son los lugares adecuados si un día te despiertas con una morriña del 15 y pensando en meterte entre pecho y espalda un bocata de calamares, un lacón con grelos o medio brazo de lomo embuchado.

Por suerte, ambas cosas están disponibles en Frankfurt.

Para los cocinillas, siempre queda una de las opciones mas ingeniosas y divertidas: «la combinación culinaria». Se trata de combinar en un solo plato lo mejor de ambos mundos. Un ejemplo es la Tortilla de Maultaschen. Si alguien tiene especial interés, por el precio de 500g de jamón, y varias latas de café Marcilla invito en mi casa a probar tan delicioso manjar.

Siempre me gustó cocinar, no solo me divierte, sino que me pica eso de crear nuevos platos. Todos los países en los que he vivido han sido testigos de mis pequeñas pruebas, desde Tortillas de Patatas, pasando por la receta familiar de los huevos verdes, las migas molinesas, los champiñones rellenos, la sepia al vino blanco y pimentón o la trucha con patatas y jamón. Por supuesto los primeros pinitos no siempre fueron comestibles. Recuerdo una de mis primeras recetas: espaguetis al vino blanco. 2 ingresados en el hospital y 5 borrachos con vinote del malo fueron algunas de las consecuencias de esa receta pionera en muchos sentidos.

¿Pero que podemos encontrar en este primer mundo alemán para alimentarnos (que no para comer)?

Las especialidades alemanas pasan por un amplio surtido de salchichas, abundante cerveza (tostada, de trigo o pils) y alguna que otra especialidad local, como el codillo, una «salsa verde» con cientos de especias, un sucedáneo de sidra llamado Apfelwein al que tienen que añadir gaseosa para poder beber (sin diluir se utiliza como abrillantador de metales) o los Spätle (mis preferidos, aunque no puedo dar una explicación racional del por qué).

Para los curiosos y los nostálgicos expats que se estarán relamiendo….. aquí unas fotos de algunas de mis creaciones:

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Tortillera, pero guapa

Era morena, de pelo negro y ascendencia turca. Hablaba inglés mejor que Shakespeare y tenía más kilómetros que Willy Fog. En resumidas cuentas me daba mil vueltas, y lo único que teníamos en común era que los dos llevábamos poco tiempo en Londres.

Me agarré a ella como un clavo ardiendo en mi primer mes y, para honrar esa amistad, le prometí cocinarle algo en su apartamento. Ay qué ternuras de tiempos…

Por aquél entonces ya hacía mis pinitos culinarios: desayunaba un te, almorzaba doritos, cenaba un kebab de 3 libras comprado en la calle, y contestaba «sí» a la pregunta «comes bien?».

Nota mental para madres: la pregunta está mal formulada. Ahí queda eso. Pensadlo y masticadlo.

Así que fue casi un suicidio social proponerme cocinar una tortilla de patatas a mi nueva amiga semiturca. Mi primer intento pasó por poner las patatas en la mezcla sin freírlas. En mi segundo intento las freí pero la tortilla se quedó pegada en el fondo de la sartén. El tercer intento fue en presencia de mi invitada y se rasgó las vestiduras (ojalá) cuando vio que freía las patatas con aceite, en lugar de cocerlas en agua. El cuarto intento lo hizo ella, con las patatas cocinadas en agua a la perfección, y una sartén antiadherente. Ñam.

Así que mi primera tortilla de patatas española en Inglaterra la cocinó una turcoalemana sin usar aceite, y eso me dio mucho que pensar y que aprender. Para empezar que los españoles estamos a siglos de distancia de los sajones que se independizan a los 17, y para seguir que mejor volver a los doritos y a los kebabs, que eran territorio conocido.

La cocina en inglaterra es tan mala como promete. Los clichés están ahí por algo, pero si uno sabe cocinar puede disfrutar en cualquier sitio, y puedo dar fe que en Tanzania he disfrutado de la mejor comida española con carne Keniana que cualquier españolito pudiera soñar. Gracias Bernardo, Israel, y Marcos…

Lo que sí es verdad es que no nos damos cuenta de lo afortunados que somos al vivir en un país donde, con la típica caña, te sirven cositas que son delicatessen en cualquier otro rincón del mundo. Tienes suerte si te ponen una servilleta con el fish and chips londinense, o si eres capaz de encontrar un plato que no hayas probado en cualquier carta tanzana. De Sudán ni hablamos. Oh Allah, con razón tienes tan mala hostia…

Conclusión: si algún joven aventurero español desea salir del país, que aprenda a cocinar. No sólo comerá mejor y será más feliz, sino que tendrá una ventaja social con respecto al resto de la población del país de destino, será el rey de las fiestas, y también proeyectará mucho más atractivo personal del que yo conseguí transmitir a mi turcoalemana favorita. Andeandará mi maestra tortillera…