Septiembre

 

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La máxima de que el tiempo vuela, es algo de lo que uno según van pasado los años, es más consciente.
El ansiado verano, con los largos días y con el anhelado calor, llegó, casi sin darme cuenta, para constatar el dicho. Al final aquel invierno eterno por fin pasó. Con el verano, llega la etapa de vacaciones, este año ha sido un combinado de viaje en coche y días por España, aderezados de noticias descalabradas por patrocinadas por la televisión.
Los días de vacaciones se desvanecieron y con ello llegó la vuelta a casa hace unos días, en los que el habituarse a una rutina, es más que un trabajo.
El día 1 de septiembre me está planteando muchas cuestiones, además de felicitar a unos cuantos amigos que cumplen años en este día, por cierto bonita manera de despedir el verano. Entre las cuestiones que me plantean está la de qué nos depara el presente año, porque queramos o no el año no empieza el 1 de enero, sino unos cuantos meses antes, esos en los que la manga corta deja de ponerse. Además del qué espera este año, el qué depende de que las cosas salgan de una manera u otra, si el azar, el trabajo, el empeño o simplemente el pasar por el lugar adecuado en el momento adecuado. Son muchas las variables para tener un año pleno o vacío, pero justo por esto merece la pena explorarlas y enfrentarse a ellas, a los días difíciles y a los días agradables.
Mañana 2 de septiembre, muchos empezaremos el folio en blanco del año nuevo, otros continuarán escribiendo el que empezaron anteriormente.
Tanto a unos como a otros, ánimo, suerte y sed valientes que el tiempo vuela.

Os echo de menos, tribu

Milko y 007

Todo el jolgorio y tristeza de las despedidas valen el número de visitas que recibes en el país de destino.

Bueno, no es exactamente así, pero a veces se siente así: «mucho cariñito cuando me voy y cuando vuelvo, pero el avión no lo coges, ¿eh?»

Afortunadamente, yo tuve visitas, tanto de mi familia, como de algunos amigos que se dejaron caer en Maidenhead. Hay quien se dedicó a comprarme los utensilios básicos mientras me mudaba, y hay quien filmó mi terrible actuación en un teatro de Windsor (menos mal que ese video nunca vio la luz…).

Por supuesto a Sudán y Tanzania no llegó nadie, pero es que no llega el metro. Menos mal porque si mi madre viera cómo me alimentaba en Sudán, posiblemente habría realizado un golpe de estado al gobierno, desmontado todos los kebabs de Khartoum, y puesto mercados de tomates y pimientos alrededor de la ciudad. Los mercados de Omdurman habrían sido historia.

Pero luego también he visitado. Apagario y yo pasamos unos días épicos en París, montando en bicicleta por callejones en dirección prohibida, parando en la Torre Eiffel a hacer fotos, sabiendo que recordaremos siempre, siempre esos días. Y es que hay cosas que sólo se pueden conseguir con una buena visita. Si no, que nos lo digan a Milko y a mí, que hemos realizado visitas épicas a Granada, con moto, ron, y tapitas.

Ahora mis visitas son por Skype: «Dbrane, dame un rulo por la casa». O Milko, que me asoma a la ventana para que compruebe que en Liverpool hay sol. Apagario se prodiga poco por las nuevas tecnologías. Estos días está oculto, creo que preparando un complot para dominar el mundo.

Y ese es el futuro… en cuanto skype sea en 3D y funcione en 4G, lo de visitar a alguien va a tener que tener excusas mucho más poderosas. Posiblemente seguirán siendo las madres, queriendo vigilar lo que comemos, y si tenemos suficiente ropa en los cajones. Por el momento, la clave es cómo mantener la tribu unida a pesar de la distancia, porque lo de escribir cartas de las que tardan un mes en llegar se ha quedado anticuado, pero escribir en profundidad también.

Habrá que plantearse unas visitas, unas bicis, unos rones… porque echo de menos a mi tribu.

Visitas

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El sentimiento inicial al vivir fuera de tu tierra natal se divide en dos momentos el primero es el deslumbrarte por todo lo que te rodea, haciendo que hasta los más pequeños rincones y más simples detalles, te parezcan maravillosos. Después de acostumbrarte a esto, llega el paso siguiente que es el de empezar a echar de menos aquellas cosas de las que te rodeabas en tiempos pretéritos y con las que disfrutabas en el día a día. Ambas cosas, tienen su lado bueno y su lado malo. Lo mejor del lado bueno, es cuando la familia o los amigos, deciden pillarse un billete (generalmente low cost, más que nada porque a mi más cercano aeropuerto no llegan otros vuelos) y pasar un par de días, o los que se tercien, visitándote. Para mí, esto es tal vez una de las mejores cosas de vivir fuera. Las visitas de los amigos y la familia.

Con los amigos de toda la vida, hay varias opciones como es el turismo clásico o el de “mira nosotros somos más de bares que de monumentos” con lo que te percatas de que la amistad de toda la vida, sigue estando en su sitio, redescubriendo aquellos garitos a los que sueles ir, pero con una perspectiva completamente distinta a la que solías. El legado que te dejan, además de fotos, recuerdos y mil historias más que hacer para la próxima visita, se materializa en manjares como las añoradas pipas con sal, jamón o los cinco tuppers de tu señora suegra llenos de croquetas.

Historias aparate, a menos de 24 horas para irme de vacaciones, el año ha sido muy bueno, pero lo mejor de todo, las geniales visitas de los amigos y familia, gracias a todos y ¡nos vemos en unos días por aquí de nuevo!

Saludos, cordiales…

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La verdad es que no me deja de sorprender el tema de los saludos y modales a los cuales no acaba uno de acostumbrarse. Hace pocos años en Dublín, unos amigos españoles me presentaron a una chica de Corea del Sur, a la cual en lugar de dar la mano (hasta ese momento, la mano sólo se la había dado al señor del Banco para saludarlo) le planté dos besos en la cara, acto seguido dio un salto y no paró de mirarme como un violador en toda la tarde, desde entonces estoy mucho más atento a cuando me extienden la mano…

Estas cosas, chocan entre los mediterráneos, curioso es cuando te presentan a una italiana, la cual no te extiende la mano (paso uno superado), te va a dar dos besos y en lugar de empezar por la derecha, te lo dan por la izquierda, te pilla con el gesto cambiado  y le plantas un pico, algo tan incómodo como darle dos besos a una coreana o darle a una suiza dos besos y que te diga que allí son tres, que te aproveches de la circunstancia,  cara de pardillo everywhere.

Llevar el sambenito de ser muy brusco, va con el de tener DNI español. Lo cierto es que el español es más directo que el inglés británico y eso se nota en la personalidad. Es rara la primera vez que alguien pasa a medio metro de ti y te pide disculpas (me imagino lo que se opina de este gesto en mi pueblo…) al final te acostumbras tanto que si alguien te pega un codazo en el bus en Italia y no te pide disculpas te parece hasta grosero….

Muy curioso me resultaba cuando al entrar en una tienda el/ la dependiente/a te preguntan que si estás bien, tras responder muy educadamente, me miraba en cualquier espejo por si tenía mala cara….o algo. Ahora para complicar la situación más aun, suelo ser yo el que lo pregunto al dependiente…por si acaso….

La verdad es que los británicos son en general muy silenciosos, sobre todo cuando van en el bus, porque el cuento cambia cuando cae la noche y se abre la puerta de la cerveza, como Expat 007 nos cuenta en la última entrada, entonces se transforman, dando paso a la fiesta que llevan dentro. Digno de ser admirado, sin lugar a dudas….

¡Saludos desde tierras del Mersey y hasta la próxima entrada amigos!

La albión es pérfida por algo

Es curioso como los españoles tenemos fama de corteses y amigables pero esa impresión se viene abajo en el segundo en el que vas a saludar a una mujer dándole dos besos y te mira como si la fueras a violar en público allí mismo.

Algunas costumbres españolas son de perogrullo. Si estás en el trabajo y te cruzas con un compañero en el pasillo, le dices «hola». Al tercer compañero que no te devuelve el saludo se te enciende la bombilla: «los londinenses son unos siesos».

Siesos o no, son el país de los buenos modales, por eso resulta chocante que nuestra reputación de amable buena gente se traduzca al inglés como «ruidosos maleducados». Nada más ruidoso que un inglés borracho, y es que ellos llevan sus demonios escondidos tras una puerta que se abre con cerveza, y nosotros somos los mismos sobrios o bebidos. El que es bueno es un bonachón cuando se emborracha, y el que el gilipollas se vuelve más gilipollas todavía tras un whisky.

Una de esas costumbres caballerosas españolas, según se me enseñaron, era pagar la consumición a la dama. En España, en su día, eso era quedar como un Señor. En Inglaterra, eso era quedar como un machista condescendiente y dominante. Pronto aprendí a pedir permiso para invitar. Ciertamente es mucho más elegante.

En cualquier caso, estas costumbres de cortesía se navegaban bien en Reino Unido una vez que aprendías las muletillas: «te voy a dar dos besos porque soy español y quiero honrar nuestras costumbres». De repente te convertías en exótico y educado a la vez. Buena combinación. O la de «con tu permiso, me gustaría invitarte»… Elegante y caballeroso. También es una combinación interesante (sobre todo para la dama en cuestión).

Yo siempre digo que me volví español en el Reino Unido, a base de echar de menos las tapas, las terrazas, los abrazos, los dos besos, y el jolgorio que los españoles sabemos montar. Al fin y al cabo, la vida está para celebrarla, y los españoles hacemos muchas cosas mal, pero esa en concreto la tenemos dominada a la perfección, y por eso los ingleses y alemanes bajan al país de los ruidosos maleducados en cuanto pueden y, si tienen ocasión, se quedan encantados.

Oye, ¿ese olorcillo?

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La posibilidad de viajar y descubrir un mundo gastronómico nuevo es algo que me ha llamado siempre la atención. Entre líneas se puede leer que me encanta comer…

De mis tiempos por tierras burgalesas, queda en mi memoria aquellos “cojonudos” de huevo de codorniz  y por supuesto la morcilla, de la época alcarreña aquellas impresionantes migas o cocido y por supuesto de la eterna época granaina, las tapas y la cerveza Alhambra.

Todo esto, junto a muchas tapitas más en lugares diferentes, suma un poso que queramos o no, me ha hecho un poco más exigente día a día.

Cuando me mudé a UK, una de las preocupaciones que me rondaban la cabeza era….y allí ¿qué se come?  Esta pregunta se acentuaba, cuando caminando por la calle, de buenas a primeras me aparecía un olorcillo que no sabía muy bien qué era, pero que me abría el apetito fuese la hora que fuese. Bueno lo hacía y lo sigue haciendo, para qué engañarnos.

Al final esto está siendo una aventura, porque encontrar los mismos productos que hay en el Mercadona, es toda una odisea y su servicio de reparto  a domicilio creedme no llega aquí.  A pesar de este inconveniente se pueden encontrar cosas muy muy interesantes, provenientes de todas partes del mundo, incluyendo fruta de Motril, cosa que realmente alegra el ánimo.

Volviendo al tema de los restaurantes hay dos opciones o una que es a tiro seguro, es decir un fast food, donde por 3 Libras te garantizas comer más o menos (la cuestión de abofetear a tu colesterol durante esa comida, es otro rollo ético en el que no vamos a entrar hoy…) un menú de pizza, patatas fritas y refresco. Sí, eso es un menú, yo tampoco sabía que la pizza y las patatas fritas podían ir juntas.

La segunda es ir a uno de los miles de restaurantes que hay por aqui y jugar al plato ruso, es decir pedir un plato y probar suerte a ver si te gusta o no…. Por cierto, el viernes, jugando a esto, perdí. Esto tiene su encanto, pero vamos que es un juego del que pronto te cansas, si te pasa como a mí, que sueles perder.

Reino Unido, además de los Aston Martin, Jaguar y el cuerpo 007 al servicio de su  Majestad, tiene miles de cosas estupendas, entre ellas destacaría dos, las ofertas de hamburguesas en los  pubs, las cuales hacen honra a su espectacular carne, pero para un granaino como yo lo mejor, es que se venda Alhambra 1925 en gran número de garitos y supermercados. No se a quién se debe esto, pero vamos es para hacerle un monumento.

Por cierto, no he explicado lo del olorcillo ese que abre el apetito a todas horas…. Ya volveremos en próximos posts,

¡Feliz semana!

Tortillera, pero guapa

Era morena, de pelo negro y ascendencia turca. Hablaba inglés mejor que Shakespeare y tenía más kilómetros que Willy Fog. En resumidas cuentas me daba mil vueltas, y lo único que teníamos en común era que los dos llevábamos poco tiempo en Londres.

Me agarré a ella como un clavo ardiendo en mi primer mes y, para honrar esa amistad, le prometí cocinarle algo en su apartamento. Ay qué ternuras de tiempos…

Por aquél entonces ya hacía mis pinitos culinarios: desayunaba un te, almorzaba doritos, cenaba un kebab de 3 libras comprado en la calle, y contestaba «sí» a la pregunta «comes bien?».

Nota mental para madres: la pregunta está mal formulada. Ahí queda eso. Pensadlo y masticadlo.

Así que fue casi un suicidio social proponerme cocinar una tortilla de patatas a mi nueva amiga semiturca. Mi primer intento pasó por poner las patatas en la mezcla sin freírlas. En mi segundo intento las freí pero la tortilla se quedó pegada en el fondo de la sartén. El tercer intento fue en presencia de mi invitada y se rasgó las vestiduras (ojalá) cuando vio que freía las patatas con aceite, en lugar de cocerlas en agua. El cuarto intento lo hizo ella, con las patatas cocinadas en agua a la perfección, y una sartén antiadherente. Ñam.

Así que mi primera tortilla de patatas española en Inglaterra la cocinó una turcoalemana sin usar aceite, y eso me dio mucho que pensar y que aprender. Para empezar que los españoles estamos a siglos de distancia de los sajones que se independizan a los 17, y para seguir que mejor volver a los doritos y a los kebabs, que eran territorio conocido.

La cocina en inglaterra es tan mala como promete. Los clichés están ahí por algo, pero si uno sabe cocinar puede disfrutar en cualquier sitio, y puedo dar fe que en Tanzania he disfrutado de la mejor comida española con carne Keniana que cualquier españolito pudiera soñar. Gracias Bernardo, Israel, y Marcos…

Lo que sí es verdad es que no nos damos cuenta de lo afortunados que somos al vivir en un país donde, con la típica caña, te sirven cositas que son delicatessen en cualquier otro rincón del mundo. Tienes suerte si te ponen una servilleta con el fish and chips londinense, o si eres capaz de encontrar un plato que no hayas probado en cualquier carta tanzana. De Sudán ni hablamos. Oh Allah, con razón tienes tan mala hostia…

Conclusión: si algún joven aventurero español desea salir del país, que aprenda a cocinar. No sólo comerá mejor y será más feliz, sino que tendrá una ventaja social con respecto al resto de la población del país de destino, será el rey de las fiestas, y también proeyectará mucho más atractivo personal del que yo conseguí transmitir a mi turcoalemana favorita. Andeandará mi maestra tortillera…

Madre no hay más que una y… espera que la mia me está llamando

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La frase de “madre no hay más que una” es una verdad como un templo, además yo le añadiría la coletilla de “y como la mía ninguna”. Las madres, la verdad es que se merecen un monumento, al menos la mía, vale… y la vuestra también. Por suerte, la mía es bastante divertida. Con unas ocurrencias bastante curiosas. Algo de lo que yo estoy más que orgulloso.

El tema de conversaciones con las madres, no es algo baladí, ya que todos tenemos grabado en la mente muchos momentos vividos con nuestras madres, como aquellos de ¿hijo/a qué quieres de cenar?, déjame la ropa ahí que ya te la lavo yo, ¡¡¡¿pero quieres levantarte ya que vas a llegar tarde?!!! O el consabido, anda tira para la casa que ya hablaremos allí.

Mi historia se remonta a aquella época en la que decidí que quería tener un gato en  en nuestro piso. La ventaja de ser de pueblo es que estás más que familiarizado con las costumbres de los felinos, pues en la casa del pueblo llegamos a tener cuando era pequeño un gran número de ellos. En mi intento de convencer a mi madre, una vez expuestas todas las ventajas de tener un minino en casa, puso cara de resignación y la mirada al infinito, cual cajera esperando que pongas el pin en la tarjeta para pagar, y resumió sus pensamientos en unas breves palabras, como fueron, las de: “hijo, para tener algo que está todo el día en el sofá, no para de perder pelo, no hacer caso de nadie y que no pare de comer….ya estás tu”. Claro está que ante esto, no tuve más remedio que callarme, obviamente darle la razón y dejar la ofensiva del gato hasta momentos más propicios.

La vida da innumerables vueltas y en una de ellas la gatita más bonita y entrañable del mundo llamada Banana se instaló, por suerte, en mi casa. Mi madre, recelosa al principio rápidamente se encariñó con ella. La situación paso de “dile a la gata que se baje de la silla” a “mira niño, deja ya de hacer ruido que la gata está dormida” con claro tono de mosqueo, claro está. Todo esto a tal velocidad que en casa no nos dimos ni cuenta.

Tal es el cariño hacia este felino miembro de la familia, que un día midiendo mis fuerzas con las de Banana, le pregunté a mi madre que a quién quería más, tras dar un respingo de la silla, en la que mi querida progenitora estaba sentada, me respondió en un ataque de sinceridad: “bueno hijo, cada uno tenéis vuestras cosas ¿no?” Ese es justo el momento que uno pone los ojos como platos por la sorpresa y Bananita, se pone a ronronear como si no hubiese mañana.

Las conclusiones al final de muchas de estas conversaciones siempre son más que sorprendentes, pero lo más llamativo es que cuando piensas que ya pocas más cosas te llamarán la atención, te llama tu madre y te dice “hijo: ¿a que no sabes qué me ha pasado?”  Y es que como decía aquel dicho del principio, madre no hay más que una.

Madre no hay más que una y… espera que la mía me está llamando.

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La frase de “madre no hay más que una” es una verdad como un templo, además yo le añadiría la coletilla de “y como la mía ninguna”. Las madres, la verdad es que se merecen un monumento, al menos la mía, vale… y la vuestra también. Por suerte, la mía es bastante divertida. Con unas ocurrencias bastante curiosas. Algo de lo que yo estoy más que orgulloso.

El tema de conversaciones con las madres, no es algo baladí, ya que todos tenemos grabado en la mente muchos momentos vividos con nuestras madres, como aquellos de ¿hijo/a qué quieres de cenar?, déjame la ropa ahí que ya te la lavo yo, ¡¡¡¿pero quieres levantarte ya que vas a llegar tarde?!!! O el consabido, anda tira para la casa que ya hablaremos allí.

Mi historia se remonta a aquella época en la que decidí que quería tener un gato en  en nuestro piso. La ventaja de ser de pueblo es que estás más que familiarizado con las costumbres de los felinos, pues en la casa del pueblo llegamos a tener cuando era pequeño un gran número de ellos. En mi intento de convencer a mi madre, una vez expuestas todas las ventajas de tener un minino en casa, puso cara de resignación y la mirada al infinito, cual cajera esperando que pongas el pin en la tarjeta para pagar, y resumió sus pensamientos en unas breves palabras, como fueron, las de: “hijo, para tener algo que está todo el día en el sofá, no para de perder pelo, no hacer caso de nadie y que no pare de comer….ya estás tu”. Claro está que ante esto, no tuve más remedio que callarme, obviamente darle la razón y dejar la ofensiva del gato hasta momentos más propicios.

La vida da innumerables vueltas y en una de ellas la gatita más bonita y entrañable del mundo llamada Banana se instaló, por suerte, en mi casa. Mi madre, recelosa al principio rápidamente se encariñó con ella. La situación paso de “dile a la gata que se baje de la silla” a “mira niño, deja ya de hacer ruido que la gata está dormida” con claro tono de mosqueo, claro está. Todo esto a tal velocidad que en casa no nos dimos ni cuenta.

Tal es el cariño hacia este felino miembro de la familia, que un día midiendo mis fuerzas con las de Banana, le pregunté a mi madre que a quién quería más, tras dar un respingo de la silla, en la que mi querida progenitora estaba sentada, me respondió en un ataque de sinceridad: “bueno hijo, cada uno tenéis vuestras cosas ¿no?” Ese es justo el momento que uno pone los ojos como platos por la sorpresa y Bananita, se pone a ronronear como si no hubiese mañana.

Las conclusiones al final de muchas de estas conversaciones siempre son más que sorprendentes, pero lo más llamativo es que cuando piensas que ya pocas más cosas te llamarán la atención, te llama tu madre y te dice “hijo: ¿a que no sabes qué me ha pasado?”  Y es que como decía aquel dicho del principio, madre no hay más que una. Sigue leyendo

Biz…(bizugo)

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Cuando viene a mi cabeza a frase de el que no se consuela es porque no quiere,  acto seguido aparece por mi mente aquella conversación al día y medio de llegar a estas tierras del norte, cuando me armé de valor para comprar una sim y un móvil aquí.

Todo comienza una mañana de lunes, en la que salgo de casa, envalentonado, pensado que bueno, que el Inglés no es para tanto y que no sería para nada complicado comprar un móvil y una sim, total eso en España son 5 minutos, a lo sumo 6.

Allá que me encamino, alguien me para en por la calle para preguntarme por una dirección. No le entiendo ni media palabra, pongo cara de póker cuando me pregunta y digo que soy nuevo en la ciudad. A mi parecer, debería de haberme preguntado por algún recóndito barrio, calle o similar además, ese inglés que usaba… no se, seguro que no era de aquí.

Total, una vez repuesto del susto de no haber entendido nada, dirijo de nuevo mis pasos hacia el centro, tras esquivar a un tremendo grupo de personas ataviadas con sus bolsas y aparejos de compras, algo que sinceramente me sorprende para ser un lunes por la mañana… entro en una de las innumerables tiendas de telecomunicaciones que hay en el centro. Una vez allí, una muy agradable señorita me pregunta que si estoy bien,  algo a lo que yo respondo con un sí, sí muchas gracias … sorprendido por la pregunta (la cual el tiempo me ha enseñado, que es la primera aproximación a un cliente), comienzo a explicarle que estoy buscando un teléfono móvil y que si me puede mostrar los que tiene.

Después de un escarceo entre las muestras, consigo esquivar aquellos que superan las 100 libras y me quedo con los baratunos.

La pregunta clave, a la que uno cree que va con cartas en la manga (por aquello de ser un fricazo de las tecnologías)es cuando pregunto por las características técnicas del móvil, después de poner cara de velocidad y no pillar nada, decido saltar al siguiente nivel que es, dar la respuesta por válida sin forzar más la máquina y  pagar.

Una vez que me empiezan a rellenar la ficha de cliente llega la pregunta del millón por parte de aquella agradable señorita: “date of biz” a lo que yo respondo que yo de eso, no tengo. Mi mucho ni poco, que no tengo. A esto se sucede la misma pregunta a la misma velocidad siendo mi réplica la misma. Comienzo a sospechar que debo de tener, porque los dos que están detrás del mostrador, empiezan a reírse con un poco de soslayo.

Por mi cabeza, me surgen muchas cosas, como la de por qué no eché un diccionario al bolsillo cuando salí de casa, por qué no estudié más cuando pude, por qué ésta simpática dependienta lleva un piercing en la lengua, por qué existe el acento scouse, por qué no compré el teléfono en la web de la tienda….

La cola detrás de mí se estaba empezando a hacer larga, si la cara de la chica debía de ser un poema, la mía un soneto, y la pregunta continuaba. Asoma un rayo de luz, cuando ella me dice que a ver si encuentra un sinónimo, a lo que me repite la misma palabra…..biz…..

Llegado el momento tope de agobio, estoy por dejar mi compra en el mostrador y volverme con más pena que gloria a casa, (total tampoco era tan buen móvil, pienso), cuando se me ocurre mirar el monitor, descifrando que biz era realmente birth, que no era tan complejo cómo parecía, dando la vuelta a mi caída autoestima.

El final de la historia son disculpas mutuas y salir de la tienda con paso apresurado, con un móvil nuevo y baratuno debajo del brazo, pero sobre todo con la certeza de que los próximos meses respecto al idioma no iban a ser sencillos precisamente, pero que de todo se aprende. Total el que no se consuela es porque no quiere.