Oye, ¿ese olorcillo?

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La posibilidad de viajar y descubrir un mundo gastronómico nuevo es algo que me ha llamado siempre la atención. Entre líneas se puede leer que me encanta comer…

De mis tiempos por tierras burgalesas, queda en mi memoria aquellos “cojonudos” de huevo de codorniz  y por supuesto la morcilla, de la época alcarreña aquellas impresionantes migas o cocido y por supuesto de la eterna época granaina, las tapas y la cerveza Alhambra.

Todo esto, junto a muchas tapitas más en lugares diferentes, suma un poso que queramos o no, me ha hecho un poco más exigente día a día.

Cuando me mudé a UK, una de las preocupaciones que me rondaban la cabeza era….y allí ¿qué se come?  Esta pregunta se acentuaba, cuando caminando por la calle, de buenas a primeras me aparecía un olorcillo que no sabía muy bien qué era, pero que me abría el apetito fuese la hora que fuese. Bueno lo hacía y lo sigue haciendo, para qué engañarnos.

Al final esto está siendo una aventura, porque encontrar los mismos productos que hay en el Mercadona, es toda una odisea y su servicio de reparto  a domicilio creedme no llega aquí.  A pesar de este inconveniente se pueden encontrar cosas muy muy interesantes, provenientes de todas partes del mundo, incluyendo fruta de Motril, cosa que realmente alegra el ánimo.

Volviendo al tema de los restaurantes hay dos opciones o una que es a tiro seguro, es decir un fast food, donde por 3 Libras te garantizas comer más o menos (la cuestión de abofetear a tu colesterol durante esa comida, es otro rollo ético en el que no vamos a entrar hoy…) un menú de pizza, patatas fritas y refresco. Sí, eso es un menú, yo tampoco sabía que la pizza y las patatas fritas podían ir juntas.

La segunda es ir a uno de los miles de restaurantes que hay por aqui y jugar al plato ruso, es decir pedir un plato y probar suerte a ver si te gusta o no…. Por cierto, el viernes, jugando a esto, perdí. Esto tiene su encanto, pero vamos que es un juego del que pronto te cansas, si te pasa como a mí, que sueles perder.

Reino Unido, además de los Aston Martin, Jaguar y el cuerpo 007 al servicio de su  Majestad, tiene miles de cosas estupendas, entre ellas destacaría dos, las ofertas de hamburguesas en los  pubs, las cuales hacen honra a su espectacular carne, pero para un granaino como yo lo mejor, es que se venda Alhambra 1925 en gran número de garitos y supermercados. No se a quién se debe esto, pero vamos es para hacerle un monumento.

Por cierto, no he explicado lo del olorcillo ese que abre el apetito a todas horas…. Ya volveremos en próximos posts,

¡Feliz semana!

País de Paltas

Chile, es un gran país… bueno… mejor dicho, es un alargado país. Con casi 6500 Km de costa muchos pensarán que el pescado será algo esencial en la dieta del país, pero nada más lejos de la realidad.

Chile tiene frontera con Perú, uno de los países con mejor gastronomía que he conocido, pero lamentablemente poco comparten las gastronomías de estos dos países salvo el Pisco (en disputa por su origen) y el Ceviche (indiscutiblemente peruano)

Cuando observas la gastronomía del país la verdad es que es un poco pobre , pero que puedes esperar de un país donde usan «Aceite Maravilla» (de girasol) para cocinar. Desde que he llegado hay solo dos cosas que he apreciado de verdad de comer aquí. En primer lugar, las paltas (aguacates para la gente del otro hemisferio) que aquí se consumen como si fueran gratis (lamentablemente no lo son), y en segundo lugar… el tener tantos restaurantes peruanos que disfrutar por todas partes.

Profundizando un poco más en la gastronomía tenemos varias escalas de comida típica.

Fast-Food: como los Sandwiches/lomitos (hamburguesas pero con otra carne) y los italianos y completos (estilo perrito caliente de NY pero con palta y otros ingredientes). Otras cosas como las empanadas (traídas por doña Inés) las cuales las sirven en todas las esquinas y cuya receta estrella es el «pino» (carne, cebolla y comino).

Semi-Fast-Food: En el que incluímos las Chorrillanas (parecido a unos huevos estrellados pero con carte guisada o algo similar) y las sopaipillas que es una masa de calabaza frita que la gente adereza con pebre (tomate, cilantro, cebolla, ají) o ketchup.

Pollo con arroz: Pollo con arroz.

Cazuelas y caldos: Son como sopas con carne o de pollo o de ternera con zanahoria, papas, choclo (maíz) y demás que vienen muy bien en invierno, además de caldos de marisco como el congrio.

Pescado: Son fans del pescado frito (reineta principalmente), aunque la verdad es que aquí hay poco que destacar.

Hasta aquí como se puede ver poca novedad, excepto la sopaipilla, no hay nada que se identifique como algo «novedoso» o «único» de chile, pero claro… luego te encuentras con el Famosos:

¡PASTEL DE CHOCLO!

El pastel de Choclo es posiblemente una de las combinaciones más extrañas que he visto y que sin duda creo que se le puede dar todo el crédito a Chile por ello.

Cuando escuchas su nombre piensas dos cosas

A) pastel… puede ser dulce o puede ser salado (acertarás con cualquier opción).

B) Choclo… será una masa de maís en un recipiente (pero como dirían los británicos «there is more than meets the eye»)

El pastel se sirve en un recipiente de barro y cuando lo ves podría parecer una crema catalana gigante debido al color amarillo del maíz y el azúcar tostada por encima (aquí tienes el dulce). Pero cuando sobre pasas los 2cm de masa de maíz encuentras un mundo de sabores que incluyen trozos de pollo asado, aceitunas, huevo cocido y «pino». Todo ello guisado con aceite, mantequilla y manteca (por si querías grasaza).

En cuanto a la opinión de la gente… sorprendentemente pese a lo que pudiera parecer, es bastante positiva, todavía no he escuchado críticas salvo por los acérrimos detractores del maíz (posiblemente traumatizados por la película de Fritz Kiersch).

Yo por mi parte todavía sigo intentando resistirme a la dieta del pollo con arroz y sigo gastando el dinero en el oro mediterráneo (Aceite de Oliva).

Espero que os sirva esta orientación gastronómica si vienes por estos lares, de todas formas te dejo un último consejo… si vienes a Chile, estas paseando por la calle y ves un restaurante lleno de colorinchis con dibujos que pueden representar tus peores pesadillas… entra dentro y disfruta de la comida que seguramente se trate de un restaurante peruano.

 

Tortillera, pero guapa

Era morena, de pelo negro y ascendencia turca. Hablaba inglés mejor que Shakespeare y tenía más kilómetros que Willy Fog. En resumidas cuentas me daba mil vueltas, y lo único que teníamos en común era que los dos llevábamos poco tiempo en Londres.

Me agarré a ella como un clavo ardiendo en mi primer mes y, para honrar esa amistad, le prometí cocinarle algo en su apartamento. Ay qué ternuras de tiempos…

Por aquél entonces ya hacía mis pinitos culinarios: desayunaba un te, almorzaba doritos, cenaba un kebab de 3 libras comprado en la calle, y contestaba «sí» a la pregunta «comes bien?».

Nota mental para madres: la pregunta está mal formulada. Ahí queda eso. Pensadlo y masticadlo.

Así que fue casi un suicidio social proponerme cocinar una tortilla de patatas a mi nueva amiga semiturca. Mi primer intento pasó por poner las patatas en la mezcla sin freírlas. En mi segundo intento las freí pero la tortilla se quedó pegada en el fondo de la sartén. El tercer intento fue en presencia de mi invitada y se rasgó las vestiduras (ojalá) cuando vio que freía las patatas con aceite, en lugar de cocerlas en agua. El cuarto intento lo hizo ella, con las patatas cocinadas en agua a la perfección, y una sartén antiadherente. Ñam.

Así que mi primera tortilla de patatas española en Inglaterra la cocinó una turcoalemana sin usar aceite, y eso me dio mucho que pensar y que aprender. Para empezar que los españoles estamos a siglos de distancia de los sajones que se independizan a los 17, y para seguir que mejor volver a los doritos y a los kebabs, que eran territorio conocido.

La cocina en inglaterra es tan mala como promete. Los clichés están ahí por algo, pero si uno sabe cocinar puede disfrutar en cualquier sitio, y puedo dar fe que en Tanzania he disfrutado de la mejor comida española con carne Keniana que cualquier españolito pudiera soñar. Gracias Bernardo, Israel, y Marcos…

Lo que sí es verdad es que no nos damos cuenta de lo afortunados que somos al vivir en un país donde, con la típica caña, te sirven cositas que son delicatessen en cualquier otro rincón del mundo. Tienes suerte si te ponen una servilleta con el fish and chips londinense, o si eres capaz de encontrar un plato que no hayas probado en cualquier carta tanzana. De Sudán ni hablamos. Oh Allah, con razón tienes tan mala hostia…

Conclusión: si algún joven aventurero español desea salir del país, que aprenda a cocinar. No sólo comerá mejor y será más feliz, sino que tendrá una ventaja social con respecto al resto de la población del país de destino, será el rey de las fiestas, y también proeyectará mucho más atractivo personal del que yo conseguí transmitir a mi turcoalemana favorita. Andeandará mi maestra tortillera…

Madre no hay más que una y… espera que la mia me está llamando

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La frase de “madre no hay más que una” es una verdad como un templo, además yo le añadiría la coletilla de “y como la mía ninguna”. Las madres, la verdad es que se merecen un monumento, al menos la mía, vale… y la vuestra también. Por suerte, la mía es bastante divertida. Con unas ocurrencias bastante curiosas. Algo de lo que yo estoy más que orgulloso.

El tema de conversaciones con las madres, no es algo baladí, ya que todos tenemos grabado en la mente muchos momentos vividos con nuestras madres, como aquellos de ¿hijo/a qué quieres de cenar?, déjame la ropa ahí que ya te la lavo yo, ¡¡¡¿pero quieres levantarte ya que vas a llegar tarde?!!! O el consabido, anda tira para la casa que ya hablaremos allí.

Mi historia se remonta a aquella época en la que decidí que quería tener un gato en  en nuestro piso. La ventaja de ser de pueblo es que estás más que familiarizado con las costumbres de los felinos, pues en la casa del pueblo llegamos a tener cuando era pequeño un gran número de ellos. En mi intento de convencer a mi madre, una vez expuestas todas las ventajas de tener un minino en casa, puso cara de resignación y la mirada al infinito, cual cajera esperando que pongas el pin en la tarjeta para pagar, y resumió sus pensamientos en unas breves palabras, como fueron, las de: “hijo, para tener algo que está todo el día en el sofá, no para de perder pelo, no hacer caso de nadie y que no pare de comer….ya estás tu”. Claro está que ante esto, no tuve más remedio que callarme, obviamente darle la razón y dejar la ofensiva del gato hasta momentos más propicios.

La vida da innumerables vueltas y en una de ellas la gatita más bonita y entrañable del mundo llamada Banana se instaló, por suerte, en mi casa. Mi madre, recelosa al principio rápidamente se encariñó con ella. La situación paso de “dile a la gata que se baje de la silla” a “mira niño, deja ya de hacer ruido que la gata está dormida” con claro tono de mosqueo, claro está. Todo esto a tal velocidad que en casa no nos dimos ni cuenta.

Tal es el cariño hacia este felino miembro de la familia, que un día midiendo mis fuerzas con las de Banana, le pregunté a mi madre que a quién quería más, tras dar un respingo de la silla, en la que mi querida progenitora estaba sentada, me respondió en un ataque de sinceridad: “bueno hijo, cada uno tenéis vuestras cosas ¿no?” Ese es justo el momento que uno pone los ojos como platos por la sorpresa y Bananita, se pone a ronronear como si no hubiese mañana.

Las conclusiones al final de muchas de estas conversaciones siempre son más que sorprendentes, pero lo más llamativo es que cuando piensas que ya pocas más cosas te llamarán la atención, te llama tu madre y te dice “hijo: ¿a que no sabes qué me ha pasado?”  Y es que como decía aquel dicho del principio, madre no hay más que una.

No hay madre que por bien no venga

Sí, sí, lo sé, ya hemos hablado de las madres largo y tendido, pero no podía dejar pasar la oportunidad de dejar constancia videográfica de la mía:

Hay quien dice que es un amor. No os dejéis engañar por esa dulce mirada o ese cariño incondicional. Llama por teléfono como cualquier otra.

Cuando el «Esquipe» suena….. contesta al teléfono si tienes «guasones»

31 de octubre de 2012. 09:00 a.m. Conversación mantenida por Skype (o «Esquipe»):

– Buenos días, ¿qué haces? –

– Pues me acabo de levantar mamá. –

– ¿Y qué haces? –

Dudo en este momento si decir que intento hacer un doble tirabuzón desde mi balcón…. aunque no creo que coja la indirecta.

– Pues lo que hacen las personas normales al levantarse. –

– Ah bueno. Pues ten cuidado si hoy sales con la bicicleta que hoy es «gualoguín». –

– Mamá, ¿que dices? ¿estás comiendo? En este momento se abre una ventanita en la que mi madre procede a escribir. Me resulta curioso, si estuviera usando un teléfono de los antiguos seguro que volvería a repetir la frase pero con un tono de voz mas alto, pero su conocimiento de «esquipe» no incluye asociarlo a un teléfono, sino a un ordenador, ese cacharro en el que puedes escribir, así que da por fallida la conversación telefónica para cambiar a la escrita.

– Te digo que tengas cuidado si sales con la bicicleta porque hoy es «gualoguín».-

Lo escribe así, tal cual, fonéticamente….. pero son las 9 de la mañana, y yo todavía soy incapaz de pensar en fonemas.

– Mamá, hablo 4 idiomas y esa palabra no me dice nada, no me suena. ¿Qué tratas de decirme? ¿estás teniendo un ataque cerebral? –

– ¡Ay hijo! Te digo que hoy es eso de las brujas, y que tengas cuidado con la bicicleta. –

¡CLAAAAARO……..HALLOWEEN! ¿Cómo no lo habré entendido la primera vez? Entonces me asalta una duda existencial. ¿por qué dirá mi madre que el día de Halloween tengo que tener cuidado con la bicicleta? ¿Será que al montar en bicicleta y no en escoba piensa que me van a linchar por la calle? ¿Y por qué ese interés repentino por las brujas? Podría decirle que me cruzo con brujas (con y sin escoba) todos los días y que nunca se ha preocupado por mi interacción con ellas….. pero seguro que tampoco entendía la ironía de mi broma.

– Vale mamá, tendré cuidado. Además, ya he dejado mi calabaza decorativa en el balcón y he comprado «chuches» para los vecinos molestos.- Así se quedará tranquila y me dejará desayunar en paz. Imagino a mi madre pensando en su hijo, en un país extraño que confundió una vez con Polonia (vivo en Frankfurt) asaltado por brujas montadas en escoba que solo salen a la calle una vez al año.

– ¿Qué dices de calabazas y «chuches»? ¡Si hoy es lo de las brujas, el «gualoguín»! –

A veces me asombra que algo que nosotros damos por trillado (ordenadores, internet, software de comunicación, etc) se haya adaptado tan bien a la generación de nuestros padres…. porque lo que si que es seguro es que esa generación no se ha adaptado tan bien a estos conceptos modernos. Y es curioso que sean solo las madres y no los padres los que establecen comunicación telefónica sin descanso con sus hijos cuando estos se encuentran fuera del país. Y es esa comunicación la que a veces proporciona historias curiosas:

Algún día de abril de 2013. 09:00 a.m. Conversación telefónica entre un movil español y uno alemán:

– Hola, ¿qué haces? –

– Desayuno. – Digo mientras me quito una legaña.

– Mira que bien. Te mandé ayer una foto por «guasón» de los rosales del pueblo. ¿la has visto? – Esta vez identifico las palabras clave. «Guasón» significa «whatsapp». Rosal hace referencia a algún tipo de flor…. una foto hecha en mi pueblo de alguna flor. Foto que se envió después por whatsapp a alguien, desde luego no a mi, Dudo si explicarle por enesima vez que no tengo un movil de esos que reciben «guasones».

– Pues no la he visto, básicamente porque creo que olvidas que yo no puedo recibir «guasones». –

– ¡Anda! ¿y cómo te la podría mandar para que la vieras? – Yo no tengo muchas ganas de ver una foto de una flor, la verdad….. pero intento tirar del hilo a ver cuánta información tecnológica puede aguantar el cerebro de mi madre….. puede que sea mi alma científica intentando experimentar…. o puede que sea así de cabroncete.

– Pues verás mamá. Si tu teléfono puede enviar «guasones» seguramente puede enviar también Emails. –

Silencio. Ruido de engranajes.

– Si, pero ¿como paso la foto del teléfono al ordenador? –

Silencio. Intento seguir su lógica…. lo consigo.

– No hace falta. ¿Tu no has leído a veces tus Emails con tu teléfono móvil? – (intento buscar un ejemplo que haya utilizado). – ¿Y no has enviado a veces Emails con tu teléfono? –

– Si claro, a tu hermana, y a tu prima la de Cuenca, y el otro día a esa hija de una amiga que hizo conmigo los estudios de mecanografía, una que estudió la carrera de navales….. – Tengo que parar esto, son solo las 9 de la mañana.

– Pues mamá, escucha, para un momento… la foto…. En tu movil buscas la foto de las flores. Luego en opciones (o como se llame) pinchas en «enviar como Email» y pones mi dirección de Email. ¿Lo tienes? –

– Vale, ahora te mando la foto. –

Ni que decir tiene que no recibí nunca la foto. Pero seguramente hay alguien en China que recibió una foto de unos hermosos rosales de mi pueblo…..

10 de junio de 2013. 21:00 p.m. Conversación telefónica entre un móvil español y uno alemán:

– Hola ¿qué haces? –

– Pues salgo ahora del cine, ¿que ocurre? –

– Mira que bien, como te cuidas. Oye mira (difícil a través de mi viejo móvil) ¿que contraseña tienes en «gugel»? Es que hemos encendido «gugel» y nos pide un usuario y una contraseña. –

– Mamá ¿qué dices? ¿Intentas de nuevo colarte en la web de la NASA? Mira que aquellos señores tan amables de la Embajada Americana en Madrid ya te dijeron que eso no debías hacerlo otra vez. – Bromeo mientras pienso en qué narices me está diciendo….. entendí palabras claves como «gugel» (Google), «encender» y «contraseña»… pero no tengo ni idea de su pregunta. Ahora soy yo el que escucha ruido de engranajes en mi cabeza…..   Ella, como buen interlocutor, me amplia la información.

– Me pide una contraseña al encender el «gugel». – (Amplísima información).

– Eeeesssstoooooo….. Mamá, yo estoy a 3000km de distancia y no se que estás haciendo. ¿por qué no esperas a que llegue tu hija a comer a casa mañana y le preguntas a ella? –

Buena idea….. le cuelgo el marrón a mi hermana y que sea ella la que intente averiguar qué ha ocurrido esta vez con el ordenador. Viendo que el tonto de su hijo no sabe arreglar un «gugel» estropeado decide acabar la conversación sin preguntar mas.

– Bueno vale, esperaremos….. ¿pero ella sabrá la contraseña? –

– Por supuesto. – Digo sin tener ni idea de cual es el problema (pobrecita mi hermana…. es una santa).

Es curioso que las madres llamen a sus hijos un día tras otro cuando están fuera de casa. Es esa naturaleza latina (y mas concretamente española) la que hace que necesiten reunir información cada 24h de la posición GPS de sus hijos, sus avances en aquellos países (Polonia, Alemania, qué mas da), si se alimentan bien (quieren el menú completo de lo que hemos comido) y si tienen ropa limpia en el armario.

Con las nuevas tecnologías es mas sencillo que una madre deje comentarios en nuestro facebook, nos envíe una receta de Arguiñano por «guasón» o haga comentarios en nuestro twitter…. o debería ser mas sencillo…..  aunque eso si, en mi caso, es mucho mas divertido.

Un abrazo chic@s y hasta la próxima entrada.

Mamá apunta bien con el ipad que solo veo el techo.

Cuando te independizas en tu ciudad tienes siempre la típica llamada cuasi diaria de tu Madre. Con el tiempo la frecuencia baja a una frecuencia normalmente de 2 veces semanales y acaba siendo un contacto semanal que suele incluir comida en casa de los padres (para ahorrar el fin de semana). Cuando te cambias de país y más cuando estás a la otra punta del mundo, la factibilidad de comunicarse se reduce, sobre todo por la diferencia horaria. Pero si hay una cosa que si que podemos decir, es que la tecnología nos permite comunicarnos a otro nivel hoy en día y la llamada semanal se convierte en Video Llamada semanal, por no hablar del minuto a minuto del Whatsapp.

La vídeo llamada semanal suele producirse por un tema de horario los fines de semana a primera hora de Chile (después de comer en España). Para comenzar, no es el momento ideal, ya que un domingo a primera hora lo que menos apetece es madrugar, por no hablar de acicalarse para estar presentable para quien sea que esté al otro lado de la cámara esa semana. En estas conferencias ser habitual cosas como… ¡sorpresa! hoy está tu abuela, o ¡Sorpresa! hoy ha venido toda la familia… mientras tu tratas de enfocar tu vista en la pantalla tras abrir los ojos por primera vez en el día con la resaca del día anterior y con suerte llevando un atuendo medio aceptable.

Por lo general las vídeo llamadas van bien, son muy dinámicas, se hace uso de todas las técnicas conocidas por todo buen cineasta, tenemos el camera still durante un tiempo… luego se hacen travellings, hay puntos un tanto dogma cuando mi madre agarra el ipad y camina entre la cocina y el salón, y hay cambios de planos trepidantes «Ahora salgo yo, ahora ves a tu sobrino correteando por el pasillo, ahora ves por la ventana el tiempo que hace, ahora apunto al techo…» Mi madre es una versión avanzada de Lars Von trier, un diamante en bruto.

Más allá del mareo e incertidumbre que me provocan estos movimientos de cámara (la desventaja de que se usen dispositivos portatiles como ipads y no se pongan sobre una superficie Fija), las conversaciones transcienden con normalidad entre el «¿Qué tal el trabajo? (#típicodemadre) o el ¿Seguro que comes bien? (#típicodeabuela) o el cláisico ¿Pero te acabas de despertar? ¡si ya son las 3 de la tarde! (#típicodeabuelaquenoesconscientequeexistenfranjashorariasenelmundo). Sin embargo siempre hay momentos estrella dentro de estos preciados momentos comunicacionales como el… «uuuuuuuuuuuuy te veo más gordo, ¡seguro que comes mucha mierda!» o el «¿no hay posibilidad de que te despidan y tengas que volver a España?» que dan ganas de cortar con la conversación… pero estaría feo colgarle a una madre a tanta distancia.

La verdad es que hay muchos tipos de madres, las hay que lloran, las hay que son exageradas, las hay pasivas… y luego está la mia, una santa que se lo toma todo como mucha paciencia y de la cual no tengo mucha queja a 13000km de distancia.

Madre no hay más que una y… espera que la mía me está llamando.

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La frase de “madre no hay más que una” es una verdad como un templo, además yo le añadiría la coletilla de “y como la mía ninguna”. Las madres, la verdad es que se merecen un monumento, al menos la mía, vale… y la vuestra también. Por suerte, la mía es bastante divertida. Con unas ocurrencias bastante curiosas. Algo de lo que yo estoy más que orgulloso.

El tema de conversaciones con las madres, no es algo baladí, ya que todos tenemos grabado en la mente muchos momentos vividos con nuestras madres, como aquellos de ¿hijo/a qué quieres de cenar?, déjame la ropa ahí que ya te la lavo yo, ¡¡¡¿pero quieres levantarte ya que vas a llegar tarde?!!! O el consabido, anda tira para la casa que ya hablaremos allí.

Mi historia se remonta a aquella época en la que decidí que quería tener un gato en  en nuestro piso. La ventaja de ser de pueblo es que estás más que familiarizado con las costumbres de los felinos, pues en la casa del pueblo llegamos a tener cuando era pequeño un gran número de ellos. En mi intento de convencer a mi madre, una vez expuestas todas las ventajas de tener un minino en casa, puso cara de resignación y la mirada al infinito, cual cajera esperando que pongas el pin en la tarjeta para pagar, y resumió sus pensamientos en unas breves palabras, como fueron, las de: “hijo, para tener algo que está todo el día en el sofá, no para de perder pelo, no hacer caso de nadie y que no pare de comer….ya estás tu”. Claro está que ante esto, no tuve más remedio que callarme, obviamente darle la razón y dejar la ofensiva del gato hasta momentos más propicios.

La vida da innumerables vueltas y en una de ellas la gatita más bonita y entrañable del mundo llamada Banana se instaló, por suerte, en mi casa. Mi madre, recelosa al principio rápidamente se encariñó con ella. La situación paso de “dile a la gata que se baje de la silla” a “mira niño, deja ya de hacer ruido que la gata está dormida” con claro tono de mosqueo, claro está. Todo esto a tal velocidad que en casa no nos dimos ni cuenta.

Tal es el cariño hacia este felino miembro de la familia, que un día midiendo mis fuerzas con las de Banana, le pregunté a mi madre que a quién quería más, tras dar un respingo de la silla, en la que mi querida progenitora estaba sentada, me respondió en un ataque de sinceridad: “bueno hijo, cada uno tenéis vuestras cosas ¿no?” Ese es justo el momento que uno pone los ojos como platos por la sorpresa y Bananita, se pone a ronronear como si no hubiese mañana.

Las conclusiones al final de muchas de estas conversaciones siempre son más que sorprendentes, pero lo más llamativo es que cuando piensas que ya pocas más cosas te llamarán la atención, te llama tu madre y te dice “hijo: ¿a que no sabes qué me ha pasado?”  Y es que como decía aquel dicho del principio, madre no hay más que una. Sigue leyendo

Marco hizo lo contrario que yo

Hemos pensado en hablar de algo que todos los expatriados tenemos en común: las llamadas de las madres. Esas criaturas únicas, capaces de ejercer consuelo y control a través de campos de fuerza telepáticos… nunca estás lo suficientemente lejos o cerca de una madre como para evitar completamente su influencia (o no necesitarla en absoluto).

Hay llamadas y llamadas. Desde las del eterno «¿estás comiendo bien?» (contestación: «qué más da mi respuesta, voy a seguir comiendo mal por mucho que preguntes»), al «cuánto te echamos de menos» (contestación: «yo una vez al mes y poco, no me dais ni tiempo de echaros de menos con tanta llamada»). 

Pero luego hay llamadas que se salen del molde. Por ejemplo, en mi primera aventura como expatriado en Londres, mi intención era crecer como hombre independiente y autónomo, capaz de pelearme con los elementos y demostrar que, con 22 años, ya lo sabía todo y los tenía más cuadrados que Alejandro Magno. El contraste Londres – Cabanillas del Campo demostró ser demasiado para dicha empresa. Es el equivalente a llevarte a los matones de mi colegio pijo a un callejón oscuro del Bronx y ver cómo los niños de 12 años se los comen con patatas. Las urbanizaciones no son una buena mili para la vida urbana europea. Estaba yo muy verde por aquel entonces…

Y en ese contexto se da mi historia: posiblemente la conversación más corta que he tenido con mi madre, pero una de las que mejor recuerdo porque me pilló de sorpresa. 

Volvía yo de Greenwich, pronúnciese Grinich. Había estado viendo la única habitación que me podía permitir con el parco presupuesto que llevaba conmigo. Llevaba 5 días en Londres y creí que esto iba a ser jauja y en dos días estaría poniendo copas y viviendo la aventura acompañado de españoles molones. La realidad era muy otra: conseguir una habitación pasaba por hacer un casting en el que no te explicabas bien y lo primero que decías es «no tengo trabajo». Los trabajos no son fáciles de obtener cuando no tienes experiencia, residencia fija, y el inglés te sale a borbotones. Es la pescadilla que se muerde la cola.

Pero por fin había un sitio que podía alquilar en mi situación de novato desempleado. Era un lugar oscuro, tétrico, con una bombilla de poco voltaje que «iluminaba» una habitación centenaria en cuya moqueta se podrían haber resuelto varios crímenes. Mi futuro compañero de piso era un turco con camiseta de tirantes que se arreglaba las uñas con un cuchillo de la cocina. No había muebles, ni siquiera un colchón. El papel de la habitación estaba elegido para hacer juego con la sangre de la próxima víctima que se encontrara allí y con el color beige de la gabardina del agente de Scotland Yard que iría a resolver el caso.

Me asomé por la ventana y vi el jardín. Selva. Aquello era una selva en la que crecían, sin control, cuidado, o cariño, todo tipo de malas hierbas que nadie sería capaz de domar o limpiar. Seguramente el turco las usaba para las ensaladas de cardo.

Entonces fue cuando me di cuenta: no estaba preparado para esto, e iba a morir. No tenía dinero, no tenía trabajo, mi inglés demostraba todo lo anterior, y lo más a lo que podía aspirar era a una oscura habitación sin colchón en la que nadie me encontraría cuando me comera la moqueta o el turco me hiciera picadillo. Di un largo viaje en autobús de vuelta al albergue. El peso del mundo sobre mis hombros y el pesimismo asentándose en mí… ésta era mi realidad londinense y no molaba nada. Un niño de pocos meses me observaba curioso mientras su mamá le daba el biberón y él, feliz, se permitía el lujo de escupir o tragar según le viniera en gana. Hubiera dado mi reino por ser un niño pequeño y que me cuidaran en ese momento. Sin turcos, moquetas, o castings para encontrar habitación.

Bajé del autobús dispuesto a caminar «the long and winding road» que llevaba al albergue de mochileros donde llevaba 5 días viviendo. Alcancé la cabina de teléfonos desde la que acostumbraba a hacer la llamada diaria para comentar mis progresos. Entré en la tradicional estructura roja, introduje mis monedas, marqué el número, y sentí como cada tono me alejaba más y más de mi casa y de mi fantasías londinenses. Piiiii (silencio, distancia, soledad), piiiiii («dónde te has metido, chaval, ¿qué vas a hacer?»), piiiiiiii (vas a tener que volverte y no han pasado ni siete días desde que llegaste), piiiiiiiiii (eres un pringao, muahahahahaha)

Se descolgó el teléfono

– ¿Hola? – dijo una voz femenina inconfundible

– ¿Mamá?

– ¡Hijo mío! ¿Cómo estás?

Y ahí acabó la conversación. Sin quererlo ni pedirlo se abrieron las compuertas y empezaron a caer los lagrimones y los mocos, y con la llorera me di cuenta de que, efectivamente, me había metido en un berenjenal

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¿Acaso no hablamos el mismo idioma?

El Español como idioma global es muy rico y es algo que debemos apreciar, aunque a veces esta riqueza se vuelva en nuestra contra.

En Chile hablan español, aunque no castellano como estaba acostumbrado, sino que su idioma, el Chile está lleno de matices que hacen que cualquier tipo de conversación aparentemente inofensiva pueda transformarse en un auténtico problema comunicacional. Si a esto le sumamos que un chileno antes que decir que «no» a algo da cualquier tipo de rodeo que evite el pronunciar esta palabra, nos encontramos con una situación que se conoce como «cara de besugo».

Estas situaciones se dan muy frecuentemente cuando se tiene una interacción con cualquier persona que trabaje de cara al cliente y más todavía si vas a una tienda «especializada». Un ejemplo muy típico es la típica compra de ferretería de un recién llegado.

Tu llegas y comienzas la conversación -«Hola buenos días, necesitaba un metro para poder medir un mueble».   En ese momento puedes notar como la cara de la persona que te atiende comienza a cambiar, primero son los ojos que se vuelven grandes como platos «ojos de besugo» después el resto de la cara se une a este cambio que transforma el rostro de un ser humano al de un pescado. Sin embargo, tras esta transformación y viendo claramente por su expresión que esa persona no tiene ni idea de lo que le estás preguntando o bien por que no te ha entendido, o bien por que simplemente no te ha escuchado, salen de su boca la siguiente frase que siempre se repite una y otra vez «ayyyyy…. lo siento…. no me queda ya».

En ese momento levantas la mirada y ves el panel detrás del tendero con un display de 50 tipos de metros de diferentes tamaños, colores y marcas. Pero claro, te sientes en la incómoda posición de:

a) Decirle que si que le quedan que mire detrás de el (lo cual le deja en evidencia y puede ser tomado a mal)

b) Salir de la tienda llorando por ser un incomprendido e intentarlo de nuevo en la siguiente tienda

c) Hacerte el despistado e intentar replantearle la pregunta de una forma más explicita de tal forma que pueda entenderte

Aquí ya depende de tu personalidad y de cuanto desees el metro que estás buscado, aunque hay otras veces en los que no ves el articulo en cuestión y te entra siempre la duda «¿Me habrá entendido o simplemente me ha dicho eso para quitarme de en medio?» Sea como fuere, la verdad es que llega un punto que para evitar estas situaciones siempre buscas la forma más larga, enrevesada y complicada para pedir cualquier cosa con la esperanza de ser entendido y que el efecto «cara de besugo» no vuelva a ocurrir.

Para futuros exiliados que vengan a Chile aquí os dejo un glosario de palabras que me han causado problemas:

  • Metro: Guincha
  • Alargador: Zapatilla
  • Cinta americana: Tape
  • Techo: Cielo
  • Suelo: Piso
  • Piso: Departamento
  • Habitación: Pieza
  • Loteria: Polla
  • Polla: Pico

Hay muchas más pero esas las iréis descubriendo con la experiencia.